América Latina apuesta por más democracia

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Introducción

América Latina ha vivido un año político especialmente intenso. Las cinco elecciones presidenciales celebradas en la región han propiciado la llegada al Gobierno de líderes políticos de diferente signo, desde Jair Bolsonaro hasta Andrés Manuel López Obrador.

A pesar de las circunstancias específicas en cada país, un mensaje ha quedado claro: América Latina no ha quedado al margen de las principales corrientes políticas del resto del planeta. Esto no es, necesariamente, una mala noticia, sino una muestra del proceso de convergencia e integración que se ha producido con el resto del mundo desarrollado.

En este documento, analizamos lo sucedido durante este año y ponemos la mirada en los principales retos a los que deberá hacer frente la región en 2019.

Claudio Vallejo, Director Senior de Latam Desk Europa de LLORENTE & CUENCA.

Hace un año por estas fechas, nos preguntábamos cómo iba a afrontar América Latina un ciclo electoral que en 2018 llevaría a celebrar cinco elecciones presidenciales trascendentales para la región. Costa Rica, Paraguay, Colombia, México y Brasil iban a elegir nuevos jefes de Estado en un clima global enrarecido.

El auge de movimientos populistas y nacionalistas amenazaba un orden internacional al que América Latina se había incorporado tarde, pero en pie de igualdad y de forma decidida. Las circunstancias eran distintas y específicas en cada país, pero doce meses después, un mensaje ha quedado claro: América Latina no ha quedado al margen de las principales corrientes políticas del resto del mundo.

La primera elección presidencial fue la que en enero llevó al Gobierno en Costa Rica al exministro Carlos Alvarado Quesada. Este ha tenido que hacer frente a crecientes problemas de seguridad y a la crisis fiscal que vive el país más estable y próspero de Centroamérica, junto a la difícil gestión migratoria producto de la crisis de Nicaragua.  Los próximos años serán decisivos para un país que, o bien consolida su modelo y su excepcionalidad estable en Centroamérica, o bien termina por contagiarse de todos los problemas de sus vecinos.

La otra cara de la moneda en la región la ofrece Paraguay. Un país históricamente pobre y políticamente inestable que, sin embargo, lleva varios años creciendo y atrayendo inversiones desde una posición discreta pero efectiva. En abril, Mario Abdo Benítez, del histórico Partido Colorado, ganó las elecciones, y el pasado mes de agosto tomó posesión.

«La otra cara de la moneda en la región la ofrece Paraguay. Un país históricamente pobre y políticamente inestable que, sin embargo, lleva varios años creciendo y atrayendo inversiones desde una posición discreta pero efectiva»

El éxito de la serie Narcos es indicativo de lo asociado que está Colombia con narcotráfico y violencia. Durante la década de 1990, el país estuvo cerca de ser un Estado fallido, carcomido por la violencia de los cárteles y las guerrillas. Es importante tener en mente estos hechos a la hora de valorar el extraordinario cambio que Colombia ha experimentado en menos de dos décadas. El narcotráfico sigue siendo un problema, pero ya no está dominado por grandes organizaciones con capacidad de doblar la mano al Estado. El salto económico también ha sido espectacular.

Iván Duque, el candidato afín al uribismo ganó en junio la segunda vuelta contra el exalcalde de Bogotá Gustavo Petro. El presidente Duque se ha mostrado desde entonces más conciliador con su inmediato predecesor y su gestión en materia de paz.

Cabe un último comentario respecto a Colombia. En la segunda vuelta volvió a ponerse de manifiesto la enorme dificultad que tienen en América Latina los políticos de izquierda para convencer a una mayoría. Las acusaciones que sus rivales les lanzan respecto al ideario chavista o populista de sus proyectos no es inocua en la región. Ven día a día en sus calles la desesperación de un pueblo que huye de la miseria y de la violencia. Mientras esta conexión entre la izquierda regional y el chavismo no se rompa, será difícil que consigan ganar elecciones.

México ha sido una excepción ya que tiene una dinámica propia, más dependiente de Estados Unidos que de sus vecinos del sur. Algo que no va a cambiar con la llegada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) al poder, o al menos así lo deja ver su agenda política de estas primeras semanas de mandato.

Sus objetivos están centrados en la política interna, en reducir la pobreza que afecta a más de 50 millones de mexicanos, y en acabar con una violencia generalizada y creciente por culpa del narcotráfico y sus batallas. López Obrador es consciente de que son esos problemas enquistados los que lo han llevado al poder, y en ellos se va a centrar.

Donde sí funcionó el miedo al contagio populista fue en Brasil. A la crisis económica, pronto se unió en Brasil una crisis política que llevó a la destitución de la presidenta Dilma Rousseff. Y posteriormente llegaron una crisis institucional y otra social. Los escándalos de corrupción relacionados con la estatal Petrobras soliviantaron a un país que hasta hacía pocos años era puesto como ejemplo para salir de la pobreza dentro de los márgenes políticos que el sistema de economía abierta y libre mercado concede.

Este contexto de depresión, polarización y delincuencia creciente es el que ha aprovechado el exmilitar Jair Bolsonaro para ganar las elecciones. Bolsonaro es un veterano de la política brasileña, pero ha conseguido aparecer ante el público como un outsider que no pertenece a la, en sus palabras, élite corrupta de Brasilia.

A los cambios producidos a través de procesos electorales se unen otros como los de Perú o Argentina. El presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, dimitió para evitar un segundo juicio político que habría acabado con su destitución por un caso de corrupción cuando era ministro.

Especialmente intenso ha sido 2018 en Argentina. Apenas queda un año para las elecciones presidenciales en las que Mauricio Macri se juega la reelección, y la situación es ciertamente complicada. Pese a las promesas y las expectativas, Macri y su equipo no fueron capaces de controlar los desequilibrios macroeconómicos y financieros heredados, y en un dramático discurso, el presidente anunció la solicitud de un préstamo –después ampliado– al Fondo Monetario Internacional con el que sostener su economía.

«Este contexto de depresión, polarización y delincuencia creciente es el que ha aprovechado el exmilitar Jair Bolsonaro para ganar las elecciones»

Corre por América Latina un lamento que funciona como agrio resumen del año político que dejamos atrás. Y es que lo que no consiguió unir Simón Bolívar, lo ha unificado la constructora brasileña Odebrecht y su red regional de sobornos. Ha hecho caer a presidentes y ministros, pero sobre todo ahondó la histórica desconfianza de los latinoamericanos respecto a sus instituciones. Y es que la institucionalidad sigue siendo uno de los grandes retos de América Latina.

Pese a todo, cabe extraer una conclusión positiva. Con la dramática excepción de Venezuela, América Latina ha realizado procesos electorales con normalidad y transparencia. La región ha sobrevivido a una crisis múltiple con las armas de una democracia que, tras este año electoral, se ha consolidado como el camino hacia el progreso de América Latina.

Este artículo ha sido redactado por el Equipo de Análisis de LLORENTE & CUENCA. 

Autores

Claudio Vallejo

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