El nuevo populismo de América Latina, un movimiento más vivo que nunca

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América Latina se prepara para vivir los próximos meses un calendario electoral intenso y determinante para el futuro del continente. A la espera de lo que suceda en Venezuela; Chile, Honduras, Costa Rica, Paraguay, Colombia, México y Brasil celebran elecciones presidenciales de aquí a finales de 2018. En este escenario político, el populismo, en contra de lo que pudiera parecer, está más vivo que nunca.

Más allá de sus desplazamientos ideológicos pendulares por Europa o América, el populismo empieza a generar fórmulas similares de liderazgo allá donde surge. A los nuevos líderes populistas les une el carisma, el autoritarismo, la incorrección política o la metonimia de tomar su parte como el todo, al igual que comparten aversión por los matices, maniqueísmo, un rechazo visceral a una clase política que consideran mera mafia del poder, o la asombrosa capacidad de capitalizar en beneficio propio todo tipo de votos de castigo.

Luisa García, socia y COO de LLORENTE & CUENCA en América Latina.

Claudio Vallejo. director senior de Latam Desk Europa de LLORENTE & CUENCA.

INTRODUCCIÓN 

Los diferentes resultados electorales que se han ido dando desde 2015 han provocado que se extienda la percepción de que el populismo y los movimientos populista-demagógicos, de uno y otro signo, en auge en Europa y Estados Unidos (Donald Trump, Marine Le Pen, Podemos, Syriza…) se encuentran en fase de retraimiento en Latinoamérica. Los comicios latinoamericanos que se han ido desarrollando desde hace dos años, más allá de las especificidades propias de cada nación, parecerían mostrar y confirmar ese reflujo.

Entendemos aquí populismo como una forma de interpretar el juego político en la que los populistas reclaman para sí la total representación de un “pueblo” formado tan solo por los partidarios del líder populista, mientras la oposición carece de legitimidad y es equiparada a la antipatria. Este planteamiento, lejos de estar en decadencia en América Latina, sigue muy presente, ahora enarbolado no solo por partidos, movimientos y liderazgos relacionados con el “socialismo del siglo XXI”, sino también por fuerzas que se posicionan a la derecha del espectro político y que ahora tienen mayores opciones de ganar elecciones o de obtener incidencia electoral.

Estos nuevos populismos, nacidos, en su inmensa mayoría, al margen del “socialismo del siglo XXI”, siguen teniendo una fuerte carga de autoritarismo, apuestan por el proteccionismo, por liderazgos carismáticos y por rechazar las instituciones y la institucionalidad. Como subraya el politólogo Andrés Malamud:

 

“El populismo promueve la relación directa entre el líder y las masas. Para eludir los parlamentos y los partidos, los líderes populistas construyen una antinomia y se paran de un lado: el del pueblo. El nombre genérico del populismo es maniqueísmo. Más que las instituciones o las élites, el enemigo del populismo son los matices”.

LAS ETAPAS DEL POPULISMO EN AMÉRICA LATINA 

En América Latina el populismo ha demostrado tener, históricamente, gran capacidad de resistencia y habilidad para ir mutando a lo largo del siglo XX y el XXI. Susanne Gratius ya describió cómo existió un primer populismo, “el clásico”, el de los años 30 y 40 (Juan Domingo Perón o Getulio Vargas). Resurgió, cuando muchos analistas, expertos y académicos lo daban por muerto, en forma de populismo neoliberal en los años 90 (Carlos Menem, Alberto Fujimori o Abdalá Bucaram) para desembocar la pasada década en el “nuevo populismo”, ya en forma de “socialismo del siglo XXI”, y cuyo principal referente fue Hugo Chávez. De esta forma, el populismo ha ido mostrando su capacidad de resistencia a desaparecer, madurando en terrenos apropiados: las crisis políticas e institucionales, así como las crisis económicas y sociales que acaban siendo excelentes caldos de cultivo, ideales para que germinen, crezcan, se desarrollen e incluso muten.

Algunos de los nuevos ejemplos populistas a escala mundial (Donald Trump, el populismo ultraderechista de Marine Le Pen o el populismo de izquierdas de Podemos) no pueden explicarse sin las crisis previas (políticas y socioeconómicas) por las que han atravesado esos países. De igual forma, la crisis de los años 30 y los cambios en el modelo social (urbanización) y económico (industrialización) se encuentran detrás de fenómenos como el peronismo en Argentina y el varguismo en Brasil. La actual crisis, de proporciones estructurales, que arrancó en 2008 es el trasfondo que explica la emergencia de los ejemplos populistas citados anteriormente, así como los de Aurora Dorada o Alexis Tsipras –al menos hasta que llegó a la presidencia– en Grecia.

» El populismo ha ido mostrando su capacidad de resistencia a desaparecer, madurando en terrenos apropiados»

El populismo puede parecer extinguido (en América Latina ocurrió en los 60 y 70) o en retroceso (en la actualidad en Latinoamérica), pero contiene un mensaje que acaba regresando por los resquicios que dejan las crisis cíclicas y los cambios socioeconómicos traumáticos. Tras la crisis de los 80 (la “Década Pérdida”) surgieron los “neopopulismos” de Menem o Fujimori; tras la “Media Década Perdida” (1997-2002) aparecieron el chavismo y los “socialistas del siglo XXI”.  Ahora, como apunta Emili J. Blasco:

“Existe un cambio de coyuntura económica que se ve plasmado en cambios políticos. Esto no quiere decir que se vaya a trasladar a todos los países. Unos gobiernos pasarán malos momentos y otros serán efectivamente barridos, aunque de momento no creo que veamos el fin del populismo”.

 

EL APARENTE REFLUJO POPULISTA EN AMÉRICA LATINA

La derrota del kirchnerismo en las presidenciales de Argentina de 2015, la del chavismo en las legislativas en Venezuela ese mismo año y la de Evo Morales en el referéndum de Bolivia empezaron a crear esa falsa sensación, la de que el populismo se encontraba, y se encuentra, en decadencia y en retirada en una región donde la mayoría de las elecciones están trayendo derrotas de gobiernos cercanos o vinculados al “socialismo del siglo XXI”. Las dificultades crecientes del Gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela desde 2016, o la ajustada victoria de Lenín Moreno en Ecuador en 2017, no han hecho sino confirmar esta sensación, más allá de que se haya producido la abrumadora reelección de Daniel Ortega en Nicaragua.

En realidad, lo que está aconteciendo en el panorama político latinoamericano es la cuesta abajo de una “cierta” forma de gobernar. En 2015, la victoria de Mauricio Macri frente al peronista Daniel Scioli empezó a abrir una nueva etapa en la región, marcada por el arribo de gobiernos de centroderecha. La victoria de Jimmy Morales frente a la “socialdemócrata” Sandra Torres en Guatemala, y el triunfo en las legislativas venezolanas de la Mesa de Unidad Democrática ante el Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, no hicieron sino reforzar esta idea.

El populismo, en su versión adscrita al “socialismo del siglo XXI”, está atravesando un claro retroceso, mucho más marcado a partir de 2013 tras haber experimentado indudables progresos desde 2005. Hugo Chávez estuvo durante seis años (1999-2005) muy solo en América Latina, más allá de su alianza con la Cuba de Fidel Castro. A mediados de la pasada década, el proyecto chavista empezó a ganar aliados en la región: Evo Morales en Bolivia en 2005, Daniel Ortega en Nicaragua en 2006 y Rafael Correa en Ecuador en 2007. Hasta 2009 esa propuesta “antiimperialista” y anti-neoliberal de Chávez (plasmada en el ALBA, en Petrocaribe etcétera) siguió expandiéndose con nuevos aliados como Manuel Zelaya en Honduras o Fernando Lugo en Paraguay. Además, contaba con la comprensión de Lula da Silva en Brasil y con la cercanía de la Argentina kirchnerista.

El catedrático de la Universidad de Salamanca, Manuel Alcántara, recuerda que el éxito del chavismo y de otros movimientos de esas características se debió a la existencia de factores que coadyuvaron a su triunfo. Al igual que entre finales de los 90 y mediados de la primera década del siglo XX, en la actualidad América Latina sigue marcada por algunas de esas deficiencias que alimentaron –y continúan alimentando– un nuevo renacimiento de los diferentes tipos de populismos:

LA SISTEMATIZACIÓN POPULISTA

Por Manuel Alcántara

DESAFECCIÓN POLÍTICA 

En palabras del catedrático salmanticense, en el arranque del nuevo milenio América Latina padecía una:

“Severa crisis en el sistema de representación política, traducida no solo en la pérdida de confianza de la sociedad en los partidos políticos, y de repudio hacia ellos,  sino también respecto a los políticos profesionales tradicionales”.

 

De forma similar, en la actualidad se asiste a un alejamiento entre representantes y representados: fuerte desconfianza hacia la “clase política”, descreimiento hacia los partidos y las tradicionales vías de participación, así como escasa confianza en los gobiernos. Como para el caso de México señala José Woldenberg, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM:

“Como nunca antes, veo a la gente con muy poca esperanza. Da la impresión de que para muchos el deber cívico se acaba al emitir el sufragio (…). Claro, tenemos un déficit de ciudadanía como país. Muy pocos ciudadanos mexicanos participan de manera regular en una organización, sea de derechos humanos, de observación electoral, de defensa del medio ambiente, es sólo una minoría”.

 

De hecho, solo en torno al 40 % de la población latinoamericana se muestra satisfecha con la calidad democrática de sus respectivos países, según un estudio de la consultora chilena Latinobarómetro. Es lo que el politólogo francés Pierre Rosanvallon describe como una malaise democrática, caracterizada por la creciente pérdida de importancia de las elecciones, la menor centralidad del poder administrativo (y sus políticas públicas) y la falta de vínculo con los funcionarios públicos y las instituciones.

DUDAS EN EL MODELO 

 

Si bien la región no atraviesa por “una aguda crisis económica” como durante la Media Década Pérdida (1998-2003) los actuales efectos de la desaceleración y ralentización han puesto en duda el modelo “petrolero-exportador donde la clase política había usufructuado los canales de distribución rentista”.

La Media Década Perdida engendró la tercera oleada populista (“el nuevo populismo”), y el actual estancamiento que padece la región crea el caldo de cultivo (insatisfacción hacia un estado ineficiente y una economía estancada que ofrece menos oportunidades de mejora social) para que se produzca una nueva oleada populista ahora situada en la derecha del espectro político.

En la presente coyuntura, las movilizaciones sociales protagonizadas por la clase media emergente (las que han tenido lugar en Chile, Brasil o Guatemala) presionan para conseguir Estados más eficaces y efectivos que canalicen sus demandas hacia mejores servicios públicos (transporte, seguridad, educación y salud) y mayor transparencia.

REFORMAS DECEPCIONANTES 

 

Hace dos décadas “se registraba –sigue Alcántarael fracaso a la hora de disminuir la enorme desigualdad existente; incluso a la profundización de la misma, en parte por los decepcionantes resultados de la aplicación del modelo de reformas estructurales auspiciado por organismos financieros internacionales”.

Todo este contexto es el que explica la pervivencia, actual y a futuro, del populismo, aunque se presente bajo otras formas y diferentes características. De hecho, en la actual coyuntura conviven en la región alternativas emergentes de centroderecha (Mauricio Macri en Argentina), partidos y coaliciones de centroizquierda (el Gobierno de Nueva Mayoría en el Chile de Michelle Bachelet) y dos tipos de movimientos de corte populista, tal y como Alcántara sintetiza en el siguiente cuadro:

PERVIVENCIA DE LOS MOVIMIENTOS Y LIDERAZGOS DEL «NUEVO POPULISMO»

Junto con gobiernos nacidos en la década pasada al calor del auge del chavismo, si bien con sus propias características y peculiaridades (Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua, o el correísmo en Ecuador), perviven fuerzas que claramente recogen lo que ha sido la tradición populista más reciente.

Se trata de los restos de lo que Susanne Gratius describió como tercera oleada populista o “nuevo populismo”, hegemónico durante la década pasada.

AMLO, uno de los favoritos para ganar las elecciones presidenciales mexicanas en 2018, despliega un discurso demagógico que contiene, en sí mismo, las características de este tipo de populismos. Por ejemplo, la presentación dicotómica y maniquea de una realidad dividida permanentemente entre “buenos y malos”, como cuando señala y acusa de corrupción a la clase política tradicional: “Todos ellos le han dado la espalda a nuestro movimiento y adelanto: vienen nuevas traiciones, porque la traición siempre se hace acompañar de otras, nunca llega sola, pero los que traicionan son los politiqueros, los corruptos, no la gente; no el pueblo”.

El discurso lopezobradorista se construye apoyado en la creación de un enemigo común y fácilmente identificable: la “mafia del poder” (los partidos tradicionales y la clase política). Una “mafia” que ha traicionado al pueblo, creación mitificada y símbolo de la pureza republicana, de quien el líder (en este caso AMLO) es su representante y encarnación. Tras la cita electoral en Edomez del pasado junio, López Obrador ha visto reforzado su favoritismo electoral para los comicios del año que viene.

Un posible Gobierno de López Obrador se encontraría con un grave problema de base, nacido de su prédica populista. Sus promesas de cambio y regeneración crean una revolución de expectativas muy complejas de cumplir y hacer realidad. López Obrador ha creado un partido en torno a él (en realidad una fuerza política que no es nada sin él) que cuenta con una estructura escasamente desarrollada, así como pocos y heterogéneos cuadros. Esto supone que un posible Gobierno de López Obrador chocaría de inmediato con la compleja realidad: no tendría mayoría en las Cámaras; contaría con escasos respaldos entre los gobernadores, pues la mayoría pertenecen al PRI y PAN, y tendría serias dificultades para conformar un equipo sólido y coherente de gobierno.

APARICIÓN, EMERGENCIA Y ASCENSO DEL «POPULISMO ANTI-ÉLITE» EN AMÉRICA LATINA

Si desde 1998 lo que predominó en la región fue el populismo vinculado al “socialismo del siglo XXI”, el “populismo rentista de izquierda”, lo que se empieza a percibir desde 2015 es la aparición de otra clase de populismos situados en la derecha del espectro político, y que se han visto reforzados por la emergencia a escala internacional de fenómenos exitosos a imitar, al menos en parte, como el encarnado por Donald Trump en Estados Unidos. Es un populismo caracterizado, entre otras cosas, por un elemento concreto: el rechazo a la clase política en el poder (la mayoría vinculada al “socialismo del siglo XXI”) y hacia los partidos tradicionales, que consideran muy alejados de las bases. No es un componente ajeno a los tres populismos anteriores, pero sí que se encuentra muy marcado en esta cuarta etapa.

«Yo enarbolaré un discurso políticamente incorrecto, desafiando al poder establecido«

Sobresalió, en este sentido, como un anticipo de lo que estaba por venir, el fenómeno de Jimmy Morales en Guatemala en 2015. Ahora, en la presente coyuntura, existen otras figuras que apuntan a convertirse en líderes populistas emergentes de una derecha antiestablishment. Se trata de figuras como las de Jair Bolsonaro en Brasil, Alejandro Ordóñez y, en ciertos aspectos, el uribismo en Colombia o el fujimorismo en Perú.

Unos liderazgos que crecen debido a que existe caldo de cultivo: el bajo crecimiento económico y el malestar social y político hacia unas administraciones ineficientes. Esto favorece el voto de castigo hacia quien está en el poder: en la mayoría de los casos Gobiernos de centroizquierda o del “socialismo del siglo XXI”, lo cual explica el giro hacia opciones de derecha y figuras que vienen de fuera del sistema.

En estos momentos, ese voto de castigo se está encauzando de dos formas diferentes en la región. Bien a través de candidatos que se encuentran dentro de las principales y tradicionales fuerzas de la oposición, o bien hacia el apoyo a candidatos outsiders, ajenos a la política.

El fenómeno Trump (como ejemplo de liderazgo personal no-institucional exitoso y de un mensaje capaz de movilizar a un electorado que se siente alejado de los partidos tradicionales) va a tener sus ondas expansivas a escala mundial y también latinoamericana. Se convierte en un ejemplo a imitar y seguir por figuras que, ajenas a los grandes partidos, populares gracias a su presencia en los medios, tratan de alcanzar el poder con un discurso directo, políticamente incorrecto, efectista y polarizador. Además, se trata de un mensaje  extremadamente personalista, pronunciado desde la derecha del espectro político pero que guarda paralelismos con las formas y, en parte con el fondo, de lo sostenido, hasta ahora, por populismos de izquierda.

«El fenómeno Trump va a tener sus ondas expansivas a escala mundial y también latinoamericana»

Ese “populismo trumpista” o “populismo anti-élite” se encuentra en gestación en la actual coyuntura en América Latina. En algunos países progresará con fuerza, en otros se hundirá para siempre y en otros puede quedar tan solo como un proyecto larvado, a futuro. La crisis de los sistemas de partidos lastrados por la corrupción (Brasil), de sociedades muy polarizadas en torno a determinados temas (Colombia) o de países donde cunde la desafección hacia un estado ineficiente y una clase política que no canaliza las demandas (Perú) son caldos de cultivo propicios para que germine, madure y tenga éxito esta nueva modalidad de populismo.

Pero hay más aspirantes a “Trump latinoamericanos”. Alejandro Ordóñez, el exfiscal de Colombia, pugna por liderar, o al menos integrar, una gran coalición de derecha a partir de un antiacuerdo de paz con el fin de evitar el continuismo del santismo o un giro hacia la izquierda en el país.

 

“Es una propuesta desde el ideario conservador. Es una revolución conservadora como la lideraron Reagan y Tatcher. Y ahora puede decirse que Trump la está haciendo, a pesar de él. Lo que he dicho es que la ortodoxia y los paradigmas se han venido rompiendo en buena hora en las democracias occidentales. En el Reino Unido con el Brexit, en Francia con Macron y Le Pen que no eran del establecimiento y en Colombia con el plebiscito del 2 de octubre. Trump es un referente en materia política porque es de los pocos políticos que cumple lo que promete. Se enfrenta al establecimiento. Hay cosas en que uno no está de acuerdo en su vida personal, sus excentricidades. Lo que yo aspiro a ser es decir lo que pienso, hacer lo que digo y cumplir lo que prometo. Desde chiquito pienso lo que pienso. Y nunca me he avergonzado de ello y nunca he pedido perdón por lo que soy. Yo enarbolaré un discurso políticamente incorrecto, desafiando al establecimiento. Así será mi campaña”.

CONCLUSIÓN

América Latina vive un nuevo ciclo político alimentado por el final de la bonanza económica y marcado por tres dinámicas que marchan en paralelo:

a-. El debilitamiento de las opciones vinculadas a las diferentes izquierdas de la región.

b-. La mayor fortaleza de las opciones de centroderecha.

c-. La pervivencia de dos tipos de populismos, cuya supervivencia viene a negar la tesis de que este tipo de fuerzas están en retroceso. Se trata de un populismo cercano a los planteamientos del “socialismo del siglo XXI” y otro situado a la derecha, con un claro mensaje “antiélite”.

En definitiva, la demagogia y el populismo están lejos de encontrarse en decadencia o a punto de desaparecer en América Latina. De hecho, todo indica que reaparecerán bajo otros rostros y además tendrán una presencia global, porque existe un contexto propicio (el estancamiento económico), ejemplos exitosos que imitar (Donald Trump) y líderes carismáticos que aspiran a aprovechar el nuevo momentum populista.

En realidad, nada nuevo bajo el sol, tal y como señalara Moisés Naim: “Lo más interesante de Trump, como producto político, no es lo excepcional que es, sino lo común que es en estos tiempos de antipolítica. Los “terribles simplificadores” proliferan cuando crece la incertidumbre y la ansiedad en la sociedad y por ello hoy en día son una tendencia global. Están en todas partes. Pero Trump es la más peligrosa manifestación de esta tendencia. Y, en eso, sí es excepcional”.

Este informe ha sido redactado por el equipo de análisis de LLORENTE & CUENCA. 

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